Es un ingeniero agrónomo cordobés que lleva la mitad de su vida dedicado a la agricultura digital. En el camino, descubrió la necesidad de que el agro comunique mejor y fundó los “Agro influencers”. Es el nuevo protagonista de Tierra de Historias®.


En el camino de expansión que ha tenido el campo a lo largo de las últimas tres décadas, un aspecto fundamental ha sido la incorporación de la tecnología.

Guillermo Ciampagna, un ingeniero agrónomo cordobés, puede dar fe de ello: desde antes de cursar la carrera, trabaja con su padre en una empresa –que dirige desde 2012– dedicada al análisis de Sistemas de Información Geográfica que fue pionera en lectura de mapas, en el marco del proceso de incorporación de agricultura digital que vivió la producción argentina.

Esa combinación de agronomía y tecnología lo llevó también a trabajar durante un tiempo para la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). Y como si no le faltaran actividades, también es profesor universitario.

Pero en esa trayectoria, descubrió que mientras el campo avanzó a grandes pasos en innovaciones tecnológicas, nunca pudo hacerlo en materia de comunicación y acercamiento con el público urbano.

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Por eso, a partir de 2023, y con la ayuda de su hermano director de cine y propietario de una productora audiovisual, comenzó con los “Agro influencers”, que se definen como personas comunes, sin superpoderes más que el entretenimiento, que buscan precisamente acercar al campo a la ciudad, a través del humor.

Su historia es la que se cuenta en este nuevo capítulo de la serie de podcast Tierra de Historias®, producida de manera integral por Profertil y conducida por el periodista Juan Ignacio Martínez Dodda.

Un extracto de esta entrevista, que se puede escuchar en la cuenta de Spotify de Tierra de Historias o al finalizar esta nota, se reproduce a continuación:

-Naciste en Córdoba capital. ¿Cómo fue tu vínculo con el campo de niño? ¿Qué recordás de esa infancia?
-Soy ciudadano de la gran ciudad de Córdoba, del centro, pero mi familia es oriunda de Suiza, un tatarabuelo vino y se instaló en la zona de monte de, Río Primero antes de que hubiera una ciudad allí, y entonces íbamos los fines de semana desde Córdoba a Río Primero por la vieja ruta 19 a disfrutar. Me acuerdo mucho porque era lindo: era una vieja estancia, con una pileta de 25 metros, en la que se hacían fiestas para todo el pueblo. Y los recuerdos son por ahí no tener luz, comer un asadito con mis abuelos, el aroma a tierra y a lluvia que es tan lindo en el campo. Quizás por eso después se me ocurrió dedicarme al agro.

-Esa era una de las preguntas. ¿Por qué elegiste agronomía? ¿Había algún plan B?
-Lo mío fue terriblemente lineal. Hasta el día de hoy siempre les cuento a mis alumnos de la universidad que cuando terminé la guardería, y luego al hacer jardín, primaria y secundaria, yo ya sabía que iba a estudiar Ingeniería Agronómica. Pero en el primer día de Agronomía me inscribí también en Administración de Empresas, porque un poquito de dudas tenía con las Ciencias Económicas; pero seguí con Agronomía. Y apenas terminé, hice la Maestría en Administración. Estaba de novio, me casé y tuve dos hijos, tal cual lo planeado. Siempre mi vida es 100% planeado.

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-En paralelo, mientras estudiabas, trabajabas con tu papá en la empresa de sistemas de información geográfica, y fueron pioneros en todo lo que es agricultura digital. ¿Qué te gusta de esa parte de información llevada a la acción?
-Imaginate que a los 18 empecé en febrero el cursillo, pero el 1° de enero empecé en la empresa familiar. En ese momento era solo mi papá más cuatro o cinco personas más que la habían fundado en el ’89. En el 2000 me sumo a trabajar con digitalización; o sea, llevar planos papel a digital. Eran planos de ciudades, tenía que dibujar las calles, era tan simple como eso y era todo un desafío esto de los datos en digital, así que sin dudas es mi pasión. Me vuelve loco el tema de qué hacer con esos datos, el transformarlos en información, y esa información en conocimiento. Y mi gran desafío es como la cuarta etapa: llevarlo a la sabiduría; aprender del resto sin necesidad de chocarse con la pared. Es muy importante en el campo ver qué le pasa al campo de vecino, cómo hace para elegir el mejor híbrido, la fecha de siembra, cómo moverse con el clima.

-Sos también profesor universitario. ¿Cómo ves a los jóvenes?
-Yo creo que la juventud no está perdida; ellos están encontrando el camino. Es lo mejor que te puede pasar estar con jóvenes, porque ellos tienen un espíritu de búsqueda constante. A veces te frustran ciertos caminos que eligen, pero sin duda hay que saber escucharlos y mirarlos. Y tienen muy claro las cosas: a veces uno es muy negativo, pero no ve los ejemplos positivos. Hay jóvenes que ya fundan empresas, que viajan y recorren el mundo, que se casan y tienen una familia. No necesariamente la juventud está perdida. Veo jóvenes que son 10 veces más capaces que yo, con mucha interacción con la sociedad y conciencia, no son individualistas ni egoístas.

-Como experto en tecnología aplicada al agro, ¿qué ves que ha sucedido en los últimos 20 años respecto a ese tema?
-En ese entonces, la intención era ser pionero y metieron un poco la pata: nombraron todo eso como agricultura de precisión, después por ambientes y más tarde 4.0 o digital, por no aceptar que metieron la pata de entrada. Porque querían instalar una teoría relacionada con la geomática de ser precisos, de que cada metro cuadrado tenga la semilla, el herbicida o el fertilizante correctos. Entonces, por más que ya existían los GPS, las máquinas no tenían la capacidad de aplicar esas dosis variables. Hoy sí se puede hacer agricultura de precisión, tomando decisiones ya incluso por centímetros, por ejemplo imágenes con un dron y ver si hay que aplicar un fitosanitario o no, y gastar menos combustible, menos dinero y producir mejor. El problema es que en muchos casos se siguen vendiendo espejitos de colores, con cosas que están muy alejadas del productor real, que no está capacitado para hacer una dosificación variable, porque nunca lo vio en un trabajo práctico de la facu.

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-¿Qué te entusiasma de la posibilidad de incorporar estas tecnologías?
-¿Por qué si le pregunto a una calculadora cuánto es 7 por 4 dividido 3, no puedo hacer lo mismo de consultarle a una computadora cuánta urea aplicar en un ambiente en la Pampa Húmeda, Zona Agroecológica 3, con un índice de productividad 5, con una muestra de suelo con materia orgánica del 4%? Lo puedo hacer y eso facilita un montón. El trabajo profesional no es pensar que me suplanta, sino que me lo facilita. Ahora bien: hay una barrera enorme que ahí es donde te lo mezclo con los Agro influencers: aplico un insecticida o compro un híbrido resistente, pero no me hace falta el nombre científico. No necesito conocer el nombre del principio activo de un producto, pero las conferencias se hacen sobre eso. Los profesores de la Universidad nos paramos en el saber, porque nos regocija el ego, pero nadie no entiende. Nos quejamos de que los chicos del primario o secundario no saben, pero les hablamos en difícil para que sigan sin aprender. Precisamente lo que buscamos con los Agro influencers es comunicar desde la simpleza.

-Ya que te metiste solo en ese tema. ¿Cómo fue que surgieron los Agro influencers?
-Mi hermano es director de cine y tiene una productora, con un equipo bárbaro, y siempre quise hacer algo con ellos desde el agro. Porque hay un problema grave en la comunicación: la tecnología, que es lo que yo trabajo desde chico, me cuesta horrores que se entiendan sus beneficios y cómo implementarla en las empresas. Entonces nos juntamos y dijimos: “hagamos algo con el agro y la comunicación desde lo simple”. Así, la historia de los Agro influencers son tres personas de ciudad que no saben nada de campo, que se van a vivir allí para aprender sobre sustentabilidad, tecnología, buenas prácticas agrícolas y ganaderas, y un poquito de valores y costumbres rurales: tomar mate amargo, cómo hacer un asadito con leña, pasarse las Fiestas laburando, que son cosas que ocurren en la cultura rural que por ahí en el ámbito urbano no se conocen y hace que no se valoren. Que la gente sepa que a la mañana temprano, cuando se toma un café y le pone un poquito de leche, agarran una tostada y le ponen un poquito de dulce de leche; todos esos productos vienen del campo, así como el asadito del domingo, las pastas o incluso un vaso de gaseosa. Todos los productos derivan del campo, incluso la ropa que uno tiene, pero no comunicamos eso desde el campo, comunicamos que somos productores y parece como que quisiésemos ser mineros.



-¿Cuál fue el principal desafío que tuvieron? Porque no es fácil plasmar una idea y menos hacer humor.
-El primer desafío fue cómo lograr sustentabilidad económica, en cuanto a entender que alguien tiene que financiar esto. Pero lo logramos rápido y conseguimos el equilibrio de que el público no siente que le están vendiendo algo, sino lo que sucede en el campo. Hay una empresa de fertilizantes, una de tractores y es lo normal, yo no lo digo “ese es el mejor tractor”, sino “este vehículo tiene estas características, se vende en tal lugar”, y es lo que pasa en el campo, en la vida real.

-Volviendo a tu perfil tecnológico, trabajaste también para la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). ¿Cómo fue esa experiencia?
-Mientras estudiaba agronomía, trabajaba con imágenes satelitales y vinieron unos ingenieros que trabajaban en el instituto de Fitopatología Vegetal y me dijeron que querían elaborar alguna plataforma para saber dónde hay pulgón ruso del trigo. Hacer un sistema de alerta como hay ahora del dengue, por ejemplo, pero para ese insecto y mosquita blanca de las frutas. Entonces viajaba dos o tres veces por semana a Falda del Carmen (Córdoba), a la estación que funciona allí de la CONAE, y trabajé un año en eso.