Adrián Criolani es productor hace 20 años en la zona de Totoras, Santa Fe. Asegura que nunca vio tanta frecuencia ni organización en los delitos en áreas rurales. “No hay voluntad política para prevenir y resolver los casos”, denuncia.
Los delitos rurales vienen avanzando a paso firme en algunos puntos de Argentina. En la zona de Totoras, provincia de Santa Fe, los productores y vecinos advierten que viven en “tierra de nadie” en el último tiempo, y se ven obligados a invertir en alarmas y cámaras de seguridad para prevenir o resolver más fácilmente los reiterados robos de los que son víctimas.
Adrián Criolani produce ahí hace 20 años. Un día abrió un galpón del campo en el que guardaba las semillas de maíz de primera para sembrar y se encontró con que no estaban. Fue en julio. Eran 210 bolsas y estaban valuadas en unos 40.000 a 50.000 dólares.
“Claramente nos estuvieron espiando. Sabían que las bolsas acababan de llegar y que algunas personas que trabajan en el campo se habían tomado vacaciones antes del inicio de la campaña. Solo se llevaron eso, aunque había herramientas y muchos otros objetos que podrían haber robado”, relata.
Obviamente, no se trata de un robo al azar, y el productor es consciente de que hubo toda una logística detrás: “Por un lado, no podés trasladar esa cantidad de bolsas si no es con una camioneta grande y un carro o con un camión. Por el otro, no se trata de algo que muchos consumen en otros rubros, como una motoguadaña o una motosierra, y que se puede vender a cualquiera. Son bolsas de maíz de un determinado calibre y marca, que probablemente tuviesen vendidas antes de robar”.
Criolani se enteró del robo unos siete o 10 días más tarde, cuando al abrir el galpón lo encontró vacío. Su primera hipótesis -y de la investigación- fue sobre una posible entrega; es decir, alguien del círculo cercano que supiera de la compra y la llegada de las semillas e inmediatamente avisara para que fueran a robarlas. La descartaron bastante rápido porque no había ningún indicio para probarla.
“También hay un montón de falencias en la investigación, porque encima de que yo recién me di cuenta más de una semana después del robo, la policía tuvo que esperar permiso del fiscal para hacer allanamiento y terminamos corriéndola muy por detrás. Además, siempre que no haya alguien herido o muerto, las causas terminan quedando en un cajón”, remarca.
Como condimento extra, a menos de 5 meses del robo e inicio de la causa, ni siquiera sabe quién es el fiscal a cargo de su investigación. “Poco tiempo después del comienzo, suspendieron de sus funciones al fiscal, con el que tenía diálogo fluido por teléfono, por lo que ahora ni siquiera se me informó ni sé en qué fiscalía y a cargo de quién sigue la investigación. No sé ni a dónde llamar para averiguar”, destaca.
ESCASOS RECURSOS
“Eso es grave, pero es el paso posterior. Muy grave es también que la policía tuviese ese día un sólo vehículo, que era una camioneta que no andaba bien. Además, su base está a 40 minutos del campo en el que pasó el robo y contaban con poca gente para asistir”, explica.
Y completa: “Mucho de esto podría evitarse con un patrullaje rural nocturno por zonas al azar, porque, aunque se trata de una superficie amplia, también hablamos de una superficie cada vez menos poblada y donde casi no hay que proteger personas sino bienes a esta altura, por ende podrían hacerlo. La policía -y parte de la Justicia- hacen lo que pueden con lo que tienen, pero tienen poco. Lo que falta es voluntad política”.
Sus vecinos pasan situaciones similares todo el tiempo. “Hace 3 o 4 semanas robaron en un campo acá a cinco kilómetros y se llevaron un tanque de gasoil lleno, herramientas, motoguadañas, bolsas de maíz, agroquímicos, cubiertas, bombas sumergibles, de todo. La semana pasada, mientras recorría otro campo que alquilo, me encuentro con un productor vecino arreglando un alambrado que me cuenta que le robaron, le sacaron las chapas del galpón por completo”, enumera.
“Acá no ha quedado ninguna casa de campo deshabitada sin que le sacaran aberturas, puertas, sanitarios, mesadas. A los galpones le sacan todas las chapas, los desarman enteros en una noche y solo dejan las estructuras metálitas. Se está viendo que esta zona es tierra de nadie”, lamenta.
Adrián y sus pares, en este contexto, empezaron a invertir en tecnología para protegerse: “Puse cámaras y alarmas en los galpones. Anoche, sin ir más lejos, me sonó la alarma del campo y tuve que ir a revisar y recorrer hasta las 4 de la mañana con la policía. No encontramos nada, pero nunca sabés qué pueden haber hecho”.