Una de las regiones agrícolas más importantes del mundo tiene un potencial destacado para la reparación del medio ambiente. Qué aspectos hay que considerar a la hora de "capturar" el CO2.
Los suelos de la región agrícola pampeana, de alto potencial productivo, también tienen potencialmente la capacidad de capturar importantes toneladas de dióxido de carbono atmosférico y convertirlo en materia seca.
En este sentido, un grupo de experto dio su visión sobre el tema y sus opiniones quedaron reflejadas en un artículo de divulgación científica de “Sobre La Tierra”, el servicio de información de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA).
La actual crisis del cambio climático puso en relieve la necesidad de implementar estrategias de mitigación —es decir, de reducción de dióxido de carbono en la atmósfera-. Sin embargo, también la misma crisis desafía la estabilidad de los sistemas que pretenden secuestrar más carbono.
Miguel Taboada, docente de Edafología en la FAUBA, expresó que, pese a que es una amenaza, el cambio climático también presenta una oportunidad para implementar buenas prácticas agrícolas, un tema que fue abordado en el XXVIII Congreso Argentino de la Ciencia del Suelo, recientemente.
Del mismo modo, Roberto Álvarez, docente de Fertilidad y Fertilizantes, expresó: “hasta un metro de profundidad, los suelos pampeanos pueden aumentar su nivel de carbono un 200%; es decir, tres veces su contenido actual. Como tienen una capacidad muy alta para secuestrar carbono, la cuestión es darles el manejo adecuado para que ese potencial se realice”.
Sin embargo, el docente también advirtió que si las prácticas implementadas para aumentar la capacidad de captura de carbono del suelo generan más gases que los que se secuestra, no estarían cumpliendo su función de disminuir el calentamiento global.
BUENAS PRÁCTICAS
Taboada expresó que las consecuencias del cambio climático que más afectan los suelos son los llamados “eventos extremos”.
“Fenómenos como las sequías, las inundaciones y los incendios implican los desafíos de implementar estrategias de manejo para evitar la degradación”, dijo Taboada. Al mismo tiempo, estas estrategias deben aumentar la capacidad de los suelos de secuestrar carbono.
En referencia al balance de carbono orgánico del suelo, Guillermo Studdert, profesor de la Universidad Nacional de Mar del Plata, añadió que “este se regula con el manejo: haciendo rotaciones de cultivos y definiendo qué cultivar en cada rotación, si leguminosas o gramíneas o una combinación de ambas. También lo regulamos con una fertilización equilibrada, que se ajuste a la ‘dieta’. Todo esto significa trabajo, planificación, monitoreo y estudio”.
LA “DIETA”
Respecto de la ‘dieta’, Gervasio Piñeiro, docente de Ecología en la FAUBA, puntualizó que las leguminosas poseen gran capacidad de generar materia orgánica asociada a minerales, que es la forma más estable de almacenar carbono en el suelo. “En cambio, las gramíneas, por ejemplo, forman otro tipo de materia orgánica que, a su vez, tiene una dinámica distinta en cuanto al carbono”, sostuvo.
Otro elemento importante para controlar el carbono es la cantidad de raíces. Según Gervasio, “el carbono pasa de la planta al suelo a través la transformación en residuos de la parte aérea, que es la que está por encima del suelo, de las raíces y de la rizodeposición, un proceso mediante el cual las plantas liberan compuestos orgánicos a través de las raíces”.
El docente añadió que por cada tonelada de biomasa aérea quedan 50 kilos de carbono en el suelo. En cambio, con una tonelada de raíces quedan alrededor de 500 kilos.