Sofía Nicolino nació en un pequeño pueblo del sur de Córdoba y tuvo una infancia 100% rural, Luego, más grande, trabajó para una cooperativa y en ese camino conoció a su novio, con quien hoy vive en un campo. Es la nueva protagonista de ELLAS.


“Tengo tatuada una frase de Frida Kahlo que dice ´Donde no puedas amar, no te demores`, y la verdad que me representa, porque hoy tengo claro que donde yo no sienta que estoy al 100% me salgo, porque sé que habrá otra cosa donde pueda sentirme íntegra”.

Con estas palabras, que sirven de carta de presentación, cuenta parte de su presente Sofía Nicolino, una “treinteañera” cordobesa que viene de una vida de familia (desde sus abuelos) dedicada al campo y al cooperativismo.

Hoy continúa con el legado rural viviendo con su novio en un establecimiento rural y cuenta su historia en otro capítulo de la serie de podcast ELLAS.

Nacida en Chucul, un pequeño pueblo del sur cordobés, Sofi tuvo papá y abuelos productores, vivió en el campo hasta los 15 años y desde su adolescencia participó en la juventud cooperativa, puntualmente en Cotagro, una de las cooperativas agropecuarias más grandes de Córdoba, con la que trabajaba su familia.

Allí entró a los 18 y estuvo hasta 2021, cuando decidió irse a vivir al campo de nuevo junto a su novio, pero en Ascensión, una localidad bonaerense cerca de Junín.

“Para mí, el cooperativismo es todo, pasado y presente en mi vida, de hecho, en las juventudes conocí a mi novio de hace casi 10 años y llegamos a ir todo el clan Nicolino”, contó. “El clan” son ella y sus tres hermanos.

Actualmente, lleva adelante un engorde a corral con unos novillos que le prestó su papá; además, ayuda en la granja porcina de la familia de su novio y está avanzando con prestar servicios administrativos a productores y contratistas.

-Viviste en el campo hasta los 15, una familia bien de campo y de cuatro hermanos. ¿Qué cosas te acordás de esos años de chiquita?
-Nosotros vivíamos a 12 kilómetros de Chucul (20 km al noreste de Río Cuarto). Ahí había una escuela rural a la que íbamos. Y me acuerdo que mi mamá hacía una especie de transporte escolar porque ella era la que nos llevaba al colegio a mí y mis tres hermanos, también la hija de un primo de mi papá que vivíamos en el mismo campo, y siempre el hijo de algún empleado. Recuerdo que mi mamá por las dudas antes y después nos contaba a ver si estábamos todos. En ese momento no estaba el tema de la seguridad, los cinturones, éramos todas cabecitas de niños y mi mamá nos llevaba y después nos iba a buscar. Una aventura ir a la escuela.

-Si cerrás los ojos, ¿qué recordás de esa época? Olores, sabores, colores, anécdotas…
-De ese momento me queda una sensación que disfruto incluso al día de hoy. En el campo teníamos una planta de mandarina y esa sensación de cortar la mandarina de la planta e ir a comerla a algún lugar del campo, me acuerdo un lugar que daba el solcito a la hora de la siesta, eso es algo que de niña amaba hacer- Después de adolescente me olvidé y cuando empecé a trabajar horario corrido en una empresa empecé a disfrutar de nuevo en el almuerzo llevarme una mandarina y comerla al solcito. Y después el aroma a comida. En mi casa siempre fuimos de comidas caseras, esa comida preparada con cariño, sentarse a la mesa, disfrutarlo. Y llegábamos de la escuela, cuatro pibes, con un hambre… Normalmente mi papá nos esperaba con unos bifes, ese aroma me re acuerdo. Para mí el olor de la comida es sinónimo de cariño, amor, unión familiar. Yo soy una persona que te invito a mi casa y te voy a preparar una comida rica como símbolo de amor.

-Llegó el momento de estudiar y elegiste administración agraria. ¿Cómo fue esa decisión?
-De chiquita te preguntan qué vas a ser cuando seas grande y te parece que va a ser en un millón de años. Pero cuando no te diste cuenta llegó y estás en la facultad. En ese momento, la Sofi de 6-7 años, me gustaban las ciencias exactas. Después, ya más grande, pero todavía chica, jugaba a la administrativa. ¡Hasta tenía un personaje! Era Andrea la “Sofi administrativa”. Jajaja. Y te digo más, Andrea, trabajaba en la administración de Cotagro. Después en el secundario no tenía muy definido, pero siempre pensé en administración o contador. Pero me decidí por administración agraria ya a último momento. Y encontré ahí la combinación perfecta entre las ciencias económicas y el agro. Porque a mí el campo me gustó siempre, pero no para hacer una ingeniería, algo campo afuera. Mi perfil de aire libre, a pesar de que amo el campo, es más tranqui. Me gusta el agro desde otro lugar.

-¿Y había un plan b?
-Podría haber sido una Sofi diseñadora, porque mi mamá es modista, me crié viendo a novias y quinceañeras saliendo cual princesas de casa. Pero no, volvería a elegir administración. A esa Sofi de 17 años, que estaba decidiendo le diría que estudie algo que le guste porque después los caminos de la vida te van llevando. Que no piense tanto en qué va a hacer desde lo racional.

-¡Y se te cumplió el sueño! Porque después estuviste 15 años trabajando en Cotagro. ¿Qué es para vos el cooperativismo? ¿Qué te quedó de esa experiencia?
-Al cooperativismo le debo mi pasado, porque así como vengo de abuelos y papás productores agropecuarios, también vengo de abuelos y papás cooperativistas, de una mamá que nos inculcó que probemos acercarnos a la cooperativa, que conozcamos desde la juventud en Cotagro. Yo crecí en las asambleas de la Cooperativa, caminando por los pasillos. Mi infancia fue ahí. El pasado siempre, después el paso por juventudes hizo que me formara mucho en lo que quería hacer el día de mañana, aprender a tejer lazos, formar un vínculo con mis hermanos desde otro lugar porque en un momento llegamos a estar los cuatro en las juventudes de Cotagro. No es muy común.