Agustín Colombier es el protagonista de un nuevo capítulo de Tierra de Historias®. Tras estudiar abogacía e informática, se decidió por la biotecnología y hoy la explica de manera sencilla a través de las redes, donde defiende también los transgénicos y el uso de fitosanitarios.
Cuando era niño, Agustín Colombier recuerda que amaba a los dinosaurios en particular y, desde ahí, a las ciencias naturales en general.
Tenía también conexiones familiares al respecto: su padre es ingeniero químico y su abuelo fue un reconocido taxidermista del Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Quería ser paleontólogo, pero un día en una conversación con adultos le hicieron abandonar ese sueño ante el temor de que fuera una profesión con bajo salario.
De allí que probó varias alternativas, pero por fuera de sus gustos de niño: primero, abogacía; luego, informática. Hasta que supo de una tecnicatura en biotecnología en la que se recibió y a partir de la cual se transformó en un divulgador con miles de seguidores en las redes, donde enseña para qué sirve esta disciplina.
Entre otras cosas, también es un gran defensor de la agricultura convencional: destaca la importancia de los cultivos transgénicos, el uso de agroquímicos y considera que el impulso a la producción denominada como orgánica es “marketing”.
Los detalles de su historia y su pensamiento forman parte de un nuevo capítulo de Tierra de Historias®, la serie de podcast producida de manera integral por Profertil y conducida por el periodista Juan Ignacio Martínez Dodda.
Un extracto de esta entrevista, que se puede escuchar en la cuenta de Spotify de Tierra de Historias® o al finalizar esta nota, se reproduce a continuación:
-Comencemos por tu infancia: ¿Qué recordás de esos primeros años de vida? ¿Qué te gustaba hacer? ¿Había algo que te vincule con lo que después estudiaste?
-Lo que a mí siempre me gustó de chiquito fueron los dinosaurios y las ciencias naturales en general. Siempre quería hacer cosas relacionadas a la naturaleza. Si había, por ejemplo, algún juego de química, pedía que me lo regalen para Navidad o para mi cumpleaños; si veía una remera con un dinosaurio o con, no sé, un ADN o una célula, la quería. Eso es lo que me acuerdo, siempre tuve una infancia muy vinculada a lo científico. También viene en parte de familia. Quizás eso fue el puntapié inicial de lo que soy ahora.
-¿Por qué la familia también ha tenido que ver? ¿Qué hacían tus padres?
-Mi viejo era ingeniero químico y mi vieja asistente en salud mental. Y mis abuelos, uno era periodista en un diario de La Plata y el otro era taxidermista en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Por eso me crie también en el museo.
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-Para recordar: ¿qué hace un taxidermista?
-Es la persona que embalsama animales. Hoy no es un oficio que se practique ni se necesite tanto, pero en las década del ’50, ‘60 o ‘70 estaba muy en auge. La mayoría de los animales que están embalsamados en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata los embalsamó mi abuelo. Y bueno, yo me crie ahí, viendo cómo armaban los esqueletos de dinosaurios, una anaconda para ponerla en exhibición o cómo salían a cazar, porque en ese momento los taxidermistas iban con un equipo del Museo a buscar animales. Mi abuelo se ha ido hasta el Amazonas a buscar arañas, monos, peces.
-Con todos esos antecedentes, llegó el momento de estudiar y elegiste ser biotecnólogo. ¿Ese fue tu plan A o hiciste otra cosa?
-Biotecnología no fue ni siquiera un plan inicialmente, por el simple hecho de que no sabía que existía la biotecnología en sí, desconocía el término por completo. Yo en la adolescencia quería ser paleontólogo: miraba Jurassic Park, jugaba juegos de dinosaurios. Pero un día conversando con mi viejo y un amigo de él, ambos ingenieros químicos, me dicen: “Ya estás grande, tenés cierto conocimiento de lo que es el dinero, un salario, siendo paleontólogo, te vas a morir de hambre”. Íbamos en un auto, estaba atrás y me quedó eso dando vueltas. Entonces dije: voy a ser microbiólogo. Pero la carrera en ese momento no estaba en La Plata. Así entré medio como en una crisis de qué hago y caí donde caen todos los que no saben qué estudiar, pero sienten cierta presión de tener que estudiar algo: hice dos años de abogacía. No me preguntes cómo: no me gustaba, no me interesaba, pero pensé: voy a lo seguro, patear un penal fuerte al medio. Pero en un momento, mi viejo tuvo un problema de salud y tuvo que dejar la carrera durante un año, con la idea de retomar, pero ahí me desencontré con el derecho, sabía que no quería seguir ahí. Entonces de nuevo: ¿qué hago?
-¿Y qué hiciste?
-Medio que ya había descartado lo que eran Ciencias Naturales y Exactas, y como de niño también me gustaba mucho jugar a los jueguitos, me escribí en informática. Hice dos años, me estaba yendo bien, y un día de pura casualidad, en pleno verano, estaba escuchando la radio y promocionaban que se estaba por dar una nueva carrera, no en La Plata, pero sí cerca, en Ensenada, y era la Tecnicatura en Biotecnología. Me llamó la atención: busqué en Google qué es la biotecnología y me gustó mucho a qué se dedicaba. Entonces envié un mensaje al Instituto: me dijeron que ya habían cerrado las inscripciones, pero como había muy pocos inscriptos podían hacer una excepción conmigo. Me anoté y comencé a cursar.
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-De ahí, a ser un referente de la biotecnología en las redes.
-Esta tecnicatura era una carrera de tres años, con posibilidad de hacer un cuarto año de especialización, y el último año me agarra en 2020, en pandemia, todo virtual. Me terminé de recibir online, por medio de zoom, fue raro, no era lo que esperaba. Pero ese fue también el comienzo de lo que soy ahora, porque en plena pandemia estaba siempre con la computadora. Y me había quedado grabada una frase de un físico que ganó un premio Nobel, Richard Feynman, que decía: si no podés explicarle algo a un nene de cinco años o a una persona que no sabe del tema, es porque vos todavía no lo terminaste de aprender. Yo era muy activo en Twitter, y así empecé a poner por ahí frases un tanto genéricas, haciendo un glosario de cosas como por ejemplo qué es un organismo genéticamente modificado, y a la gente le gustaba. Me seguían muchos estudiantes también de carreras afines a la biotecnología, como biología o química, también me comenzaron a seguir investigadores, políticos e incluso productores agropecuarios. Así llegó un punto en el que mi cuenta estaba dedicada íntegramente a lo que era biotecnología. Ahí fue cuando decidí crear biotecnoblog para hacer una cuenta más de divulgación, no algo personal.
-¿Cómo fue que lograste “viralizar” esos contenidos?
-Lo primero ocurrió cuando el Gobierno anterior, un día sin ningún tipo de contexto, subió un video de un supuesto ingeniero agrónomo diciendo que los organismos genéticamente modificados eran malos, desde una cuenta oficial creo que era de un Ministerio. Pensé: no pueden hacer esto sin ningún tipo de explicación, era generar terror desde el Estado. Entonces cité el tuit y expliqué que era mentira todo lo que decía el video. Ese fue el primer gran posteo que tuvo mi cuenta, me empezaron a seguir mucha gente, muchos periodistas que me preguntaban sobre el tema, como que gané cierta notoriedad. A partir de ahí divulgaba cada vez que podía, en general no peleaba demasiado, hasta que vino el segundo gran hilo y que probablemente sea el más famoso hasta el momento: el hilo de Greenpeace y los tomates. Greenpeace tuiteó, junto con un reconocido chef, un video donde aseguraban que los tomates no tenían sabor por culpa de lo que ellos llaman agrotóxicos. Y además relacionaban los fitosanitarios con el agente naranja que se usaba en las guerras. Ese día estaba volviendo a mi casa y apenas llegué lo primero que hice fue abrir la computadora, buscar un paper que había leído sobre los tomates y su sabor, y armé el hilo que nunca pensé iba a tener tanto éxito. Lo vieron más de dos millones de personas, en 24 horas gané 10.000 seguidores, una locura. Me hicieron notas en todos los medios de Argentina y hasta de Inglaterra o Estados Unidos, en todos explicando que lo que decían es mentira y por qué era que los tomates no tienen tanto sabor como antes, e incluso cómo podíamos hacer con la biotecnología para recuperar su sabor.
-Para resumir: ¿para qué sirve la biotecnología, con tus palabras?
-Con mis palabras, la biotecnología es la genética aplicada a la producción. Porque uno tiene la carrera de genetista, porque está más aplicado por ahí a lo que es medicina. La biotecnología busca esa veta productiva: este gen hace tal cosa, produce tal proteína, causa tal enfermedad o te ayuda a adelgazar. Cómo puedo a partir de ello, generar un producto a escala industrial y mejorar la calidad de los alimentos, de la vida de las personas, de la economía a grandes rasgos.
-¿Y qué te entusiasma de la producción de alimentos hoy?
-Hace 100 años, la cantidad de alimentos que había era poca y su calidad no era la mejor. En cambio, hoy en día estamos muy cerca de tener un dominio casi total sobre lo que comemos: antes comíamos algo y por ahí sabías que te hacía bien, pero no por qué. Venía tu abuela y te decía: “Comé tal cosa porque te sirve para mejorar la vista”. Pero no sabías si era verdad o una leyenda urbana. Ahora sabemos al milímetro qué es lo que tiene cada alimento, en qué cantidades es recomendable consumirlo, qué efectos positivos y negativos tiene sobre nuestros organismos, y tenemos la metodología no solo para producir más y mejor, sino también para preservar estos alimentos. Por ejemplo, con biotecnología se están generando papas o manzanas que no se oxidan tan rápido y entonces se tarda más tiempo en eventualmente tener que tirarlas.
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-La contracara de esto: ¿qué te preocupa de lo que piensa la gente respecto de la producción de alimentos? ¿Cuáles son los mayores mitos?
-Cuando era adolescente y no había estudiado nada de genética, tecnología o agronomía, por ahí escuchaba hablar de transgénicos y pensaba que es malo porque te dicen que es malo. Ves la palabra transgénico y lo primero que aparece siempre es algún grupo ecologista marchando en contra. O que dicen: “Yo prefiero comer orgánico, en mi huerta”. Es uno de los motivos también que por el cual me sentí motivado a divulgar en las redes. Por ejemplo justamente el tema de lo orgánico, que tuvo un marketing en los últimos años de que es más sano que la agricultura convencional y se va replicando, y todo lo que tenga una cadena de carbono, una vida, es orgánico; una piedra es inorgánica. ¿Un tomate o una lechuga orgánicos no son alimentos? La gente asocia que lo orgánico es más sano, ecológico, que ayuda a los pequeños productores… Es una bola de nieve que se hizo gigante, al punto de que hay marcas de alimentos, de lácteos, que ponen que tal producto es orgánico para vender más. Es una cuestión de marketing. También el movimiento orgánico está en contra de lo que son los químicos sintéticos y los transgénicos. Yo lo pongo en un ejemplo relacionado al fútbol: es como tener a Messi, Maradona y Pelé en tu equipo, pero decidir no ponerlos y “jugar al fútbol de manera orgánica”, poniendo las inferiores. Si tenés a los mejores del mundo, úsalos, porque si no el resultado del partido no va a ser tan bueno. Con poca tecnología y sin agroquímicos, ¿las plagas no van a atacar la lechuga? ¿O no van a sufrir el frío extremo o los calores? Ni hablar la productividad: un productor que hace tomates de manera convencional en la misma cantidad de tierra que uno que hace orgánica, va a obtener muchos más tomates que no van a ser mejores ni peores, van a tener el mismo sabor y los mismos nutrientes, pero a lo orgánico le van a poner en una bolista que es orgánico y lo cobran cinco veces más caro.